La Cartelera Teatral Marplatense presenta cada temporada más de 300 espectáculos. Esta
cantidad no tiene en todos los casos un correlato de calidad y mucho menos de demanda de
público. La mayor cantidad de espectáculos se inscribe en la esfera de lo que históricamente se
llamó Teatro Independiente.
En ese territorio el público encontraba propuestas alternativas a la producción oficial y/o comercial.
Sea por su carácter experimental, sea por el perfil ideológico de esas producciones, era la
posibilidad de encontrarse con otras poéticas, con otra cosa.
A partir de los años 80, asistimos con el regreso de la democracia a un aluvión de producciones
donde vibraban intensidades que se iban haciendo lugar en cuánto sótano o espacio nuevo les
diera lugar. Los artistas encontraban formas de singularizarse a través de revisitar improntas como
las del music-hall, el varieté, el clown entre otras. Colectivos creativos apostaban a dispositivos
grupales como forma de pronunciarse. Lo físico, el cuerpo, tentaba, ensayaba los rudimentos
básicos de un gesto inaugural luego de muchos años de silencio impuesto.
En los noventa (y casi en lo que pareciera la corrección histórica del paso siguiente) el cuerpo
sede lugar a la palabra. Celebramos la aparición de una nueva dramaturgia. Por otro lado, en esos
años se fortalece la gestión neoliberal. Asistimos entonces a un vaciamiento de lo alternativo.
Salvando lo excepcional que también tuvo lugar durante los setenta la llamada escena
independiente no se presenta como alternativa. Lo que recibió el nombre de nueva dramaturgia
por un lado refina su ironía y por el otro, su hermetismo. Ese cuerpo apenas organizado y
balbuceante de los ochenta subsiste “re-territorializado” negativamente, ordenado ahora por la
transposición de la banalidad del show mediático al teatro. Crece la cartelera. Respiramos en las
fisuras, en los intersticios.
Se impone un nuevo modelo: Producirás a cómo de lugar, tratarás de ser parte de cualquier
festival o gira y pedirás cuánto subsidio esté al alcance de tu mano. Una lamentable “revolución”
productiva. mientras crece la cartelera.
Asistimos a un significativo aumento de la gente que quiere estudiar actuación. En las
instituciones oficiales destinadas a tal fin se presentan de 1000 a 600 candidatos periódicamente.
Muchos de ellos, antes de terminar su ciclo de producción forman parte de la producción teatral
porteña. Muchos de ellos, tal vez dos años antes cuando ingresaron a su formación, nunca habían
asistido al teatro. Otros, asistieron en el último tiempo a ver teatro y no se encontraron con
experiencias cuya intensidad les parezca insuperable por sus ejercicios de clase. Crece la
cartelera.
El gobierno implementa políticas de subsidios. Los subsidios son necesarios porque una
programación de riesgo no puede especular, entre otros factores, con el éxito de taquilla. Luego, la
ausencia de criterios que revisen constantemente la política de subsidios la convierte en
asistencialismo indiscriminado. Los subsidios renuevan año a año sus requisitos por demandas
del orden de lo burocrático y no por un movimiento teatral instituyente que los interpele. Crece la
cartelera.
Es comprensible que el artista termine de encontrar sentido para el hacer de lo teatral en la
confrontación con el público. Es compresible que cualquier profesional encuentre sentido en
dedicarse a aquello que ha elegido. Tal vez el planteo deba revisar qué entendemos por la
posición profesional. Tarea difícil en el ámbito de lo artístico. No obstante se impone pensar sobre
el tema porque citando a Brook reconozcamos que todo puede ser pero que todo no es cualquier
cosa.
Tenemos derecho a un teatro malo, aburrido, errado, que deviene tal por asumir
responsablemente algún tipo de riesgo. Tenemos derecho a un tipo de teatro que no convoque a
nadie o se inscriba en lo minoritario pero no como refugio a la mediocridad sino como
consecuencia lógica de un posicionamiento no especulativo en la creación. Un tipo de teatro que
se comprometa con su fracaso. Estamos antes de poder discutir de lo errado.
Crece la cartelera.
Sin embargo tenemos un tipo de teatro aferrado (no usemos la palabra comprometido) a su éxito.
Si el éxito es algo tan identificable se producen fórmulas y las fórmulas instrumentan mejor la
reproducción acrítica que la creación que se apoya en la escucha de las necesidades más
genuinas de los que hacen.
La banalidad consiste básicamente en decir lo que el otro quiere escuchar. El teatro que hacemos
copia lo que se legitima como lo que hay que hacer. La cartelera crece.
Legitimamos y legitiman lo que hay que hacer, no todos pero sí muchos de quienes buscan
categorías de análisis para su producción ensayística o crítica en los círculos académicos y
periodísticos, los jurados de subsidios, premios y festivales, los que recomendamos ligeramente,
los que no nos detenemos un minuto a ser sinceros con los colegas, los que nos gusta porque se
nos parece o extendemos nuestro gusto en un gesto de camaradería, los que no exponemos
nuestro trabajo a un debate que nos profundice las preguntas. La legitimación no es un problema
en sí mismo, el punto es el mismo que el de la producción teatral: escasea el riesgo, el
compromiso de dar cuenta de una opinión singular y jugada. La cartelera crece.
Tenemos derecho a una cartelera aún mayor, tenemos derecho a más y mayores subsidios, pero
tenemos la responsabilidad de la calidad. De parar el hacer compulsivamente, sin apreciación
crítica. Necesitamos revisar nuestra relación con ese fenómeno escurridizo que es el público. Tal
vez como una manera de reenviarnos hacia un lugar más incierto. Más que un accionar porque sí,
un estar que no obture el abismo. La acción que estimula el ego es un rostro que se regodea en
un hacer ciego.
Para terminar este texto, la cosa no está en lo textos, claro que no. Que no sea un texto: que
devenga marco, convite.
Ahora se salta en el pensamiento y asociamos:
Baja la obra, no pasó nada, no vino nadie.
La cartelera crece.
Otra obra, no pasa nada, es un éxito, viene gente, siempre la misma… nos aburrimos.
La cartelera crece.
Un nuevo estreno, esta obra es buena… viene gente… La cartelera crece.
Cartelera: Armazón en que se fijan los carteles o anuncios publicitarios.